Sexo, Género e Identidad sexual

En “»El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo»” (1986), Gayle Rubin se propone explicar las causas de la subordinación de las mujeres como parte de una necesidad política, creyendo en la importancia de comprender esta subordinación como condicionamiento para la esperanza que se pueda depositar en una sociedad más igualitaria. El punto de partida que va a dar lugar a todo el desarrollo de su teoría sobre el sistema sexo/género está estrechamente vinculado al modo que elige la autora para comprender la opresión, siguiendo a Marx, desde un lugar relacional y no como algo intrínseco a la mujer ni como determinante y eterno. “Una mujer es una mujer. Sólo se convierte en doméstica, esposa, mercancía, conejito de playboy, prostituta o dictáfono humano en determinadas relaciones” (Rubin, G. 1986:96). Este paso inicial es determinante para iniciar la desnaturalización de un modo de subordinación determinado y darle un carácter transformable. A partir de aquí es que Rubin comienza a preguntarse por qué tipo de relaciones son las que perpetúan la subordinación de las mujeres.

Para desentrañar este tipo de relaciones la autora toma como materia prima de su teoría ciertas coincidencias que aparecen entre Freud y Levi Strauss, y en las implicancias que las mismas pueden traer si se les aplica una mirada crítica. Distinguiéndose de este modo de las posturas que pretenden explicar la subordinación femenina exclusivamente a través de la teoría de clases marxista, Rubin (1986) es clara al especificar la distinción entre la utilidad que tiene el trabajo doméstico femenino en la reproducción del sistema capitalista y la génesis de la opresión que las ubica en ese lugar. En este sentido, retoma la intuición preliminar de Engels de distinguir un segundo aspecto de la vida material que no se puede restringir a la diferencia entre producción y reproducción. Es a este segundo aspecto de la vida social al que la autora va a denominar “sistema sexo/género”, para definir el modo en el que la sexualidad biológica se transforma en un producto de la actividad humana, o es determinada por la misma, término que una vez avanzado el análisis es esclarecido y profundizado.

De este modo, el análisis de las relaciones que determinan la subordinación es demarcado por la idea de sistemas de parentesco de Levi Strauss, lo que Rubin considera una forma empírica y observable del sistema sexo/género que se propone teorizar. Para Levi Strauss (1969) el parentesco se entiende como una imposición de la organización cultural sobre la procreación biológica, donde la determinación principal reside en el intercambio de mujeres entre los hombres a través del matrimonio. Así, Rubin retoma la teoría de la opresión que se inscribe implícitamente aquí, y a la que Levi Strauss no llega a aplicarle una mirada crítica.

En la lectura que retoma la autora se destacan dos elementos: el regalo y el tabú del incesto, de este modo el matrimonio heterosexual es comprendido como una forma básica de intercambio de regalos (las mujeres) que confería solidaridad en comunidades pre-estatales; Asimismo el tabú del incesto asegura este intercambio, formalizando la exogamia y consolidándose como una obligación de dar una mujer más que como una prohibición que niega el matrimonio con una hermana. De este modo el parentesco se entiende como una organización particular en la que se diferencian dos roles y dos derechos claramente distinguibles. Los hombres aparecen como aquellos que tienen derecho a intercambiar y los que encarnan el vínculo social, mientras que las mujeres aparecen como el conducto de esta relación adquiriendo el derecho pasivo de ser intercambiadas. “En cuanto las relaciones especifican que los hombres intercambian mujeres, los beneficiarios del producto de tales intercambios, la organización social, son los hombres” (Rubin, G. 1986:110). Así, el sistema de parentesco como una expresión posible de la cultura, queda expuesta como la imposición de fines sociales en una organización particular del sexo/género, de la heterosexualidad obligatoria y de la constricción de la sexualidad de la mujer, ya que a este sistema de intercambio de mujeres como regalos, corresponde como ideal una sexualidad femenina que responde al derecho de otros y no desea por sí misma.

Para seguir con esta mirada Rubin retoma a Freud, apoyándose sobre todo en la interpretación del mismo que hace Lacan, para pensar el lenguaje y los significados culturales impuestos a la anatomía, específicamente a través de la crisis edípica. La misma es retomada para analizar el lugar que se le otorga a la adquisición de femeneidad y a la comprensión del niño respecto del sistema en el que está inserto y el lugar que le toca en él. Consecuentemente,  el falo aparece como la encarnación del status masculino y la mujer, circulando en una red de intercambio fálica, donde se reprime específicamente un segmento de posibilidad erótica. Respecto a esto aparece una pregunta clave como reflejo de la crítica que debería hacerle la teoría feminista al psicoanálisis: “Si en el camino hacia su lugar en un sistema sexual, a las mujeres se les roba su libido y se las obliga a practicar un erotismo masoquista, ¿por qué el análisis no propone ordenamientos nuevos en vez de racionalizar los viejos?” (Rubin,G. 1986: 130)

Habiendo hecho un recorrido de las raíces de las relaciones de subordinación, es que llega la manifestación política de Rubin en la que llama a las mujeres a unirse para eliminar el residuo edípico de la cultura y reclamar una revolución en el conjunto de reglas que gobiernan el sistema sexo/género. Lo que se propone mostrar con esta génesis de la subordinación femenina es que este sistema no es inmutablemente opresivo, pero que sin embargo no caerá solo por su propio peso, sino que se requiere una oposición activa que reorganice estas disposiciones que ordenan el sistema sexo/género a través de la acción política. A los fines de exponer el carácter transformable de este sistema, el texto de Rubin trae aportes sumamente valiosos, sin embargo su llamado a destruir el residuo edípico resulta algo un tanto más complejo. Tal vez algunas de las reflexiones posteriores construyen en este sentido al reconocer que no hay una anatomía biológica sobre la que se impongan las normas de la cultura, sino que la sexualidad en sí es una representación y auto representación constante. Sin embargo este carácter cultural e histórico no siempre deviene inevitablemente en una facilidad para la acción política. Por el contrario, pareciera que nos acercamos más fácilmente a una transformación de la anatomía que de las relaciones sociales que la definen.

“¿Qué nueva forma de política surge cuando la identidad como terreno común

 ya no restringe el discurso sobre las políticas feministas?” (Butler 2001:29)

Los movimientos feministas del 60 y 70 sirvieron de palanca para pensar la problemática de la opresión en nuevos términos, en este sentido el concepto de mujer se consolidó como el punto de partida de políticas y teorías que fueron transformando las experiencias vividas de las mujeres en elementos de relectura cultural. Sin embargo, avanzada la modernidad ya no es tan fácil adjudicarle a la idea de mujeres un sentido unívoco, consecuentemente el dilema de las teorías feministas en el que se centran tanto Judith Butler como Teresa de Lauretis, radica en la definición misma del sujeto del feminismo, basadas en la necesidad de una teoría activa que lo deconstruya y desencialice. Esta tarea no puede comprenderse por fuera de un diálogo profundo que establecen ambas autoras con las nuevas teorías post-estructuralistas, en el marco de una crisis no sólo del sujeto feminista, sino del estallido de la noción de sujeto como entidad idéntica a sí misma, prediscursiva y esencial, permitiendo de este modo la radicalización de algunas conceptualizaciones como el género –entendido en términos binarios- y la heterosexualidad obligatoria. Así, la generización de las teorías post- estructuralistas, tiene como corolario repensar la experiencia de nuevas subjetividades y las grietas o puntos ciegos en la construcción de las identidades  “fijas”.

A partir de las obras de Michel Foucault como de Louis Althusser entre otros autores, se han podido delinear ciertas críticas fundamentales hacia la naturalización de las categorías de sujeto, individuo e identidad que se han inmiscuido en las prácticas cotidianas. De este modo, gracias al concepto de biopolítica, es decir, la transformación de la política en “política de la vida”, se expone cómo los efectos discursivos permiten la experiencia de nuevas subjetividades, buceando en los sistemas de poder que regulan su práctica y, sobre todo, comprendiendo las formas según las cuales los individuos conciben y se declaran y auto representan como sujetos de una sexualidad determinada. El sujeto aparece entonces como efecto de determinadas relaciones de poder y saber, que establecen el marco posible de acción del individuo y la producción de una subjetividad determinada. Así, De Lauretis (1996) hace una lectura de Althusser que le permite trabajar la idea de ideología de género que tiende a deconstruir individuos concretos en sujeto varón y sujeto mujer, añadiendo de este modo la perspectiva de género que no llega a aplicar el autor; mientras que del mismo modo Butler (2001) comienza a definir la sexualidad como un dispositivo de poder generizado.

Judith Butler en “El género en disputa” (2001), intenta poner en cuestión el establecimiento de normas de género excluyentes al interior del feminismo que devienen en constricciones y limitaciones para definir el sujeto que el feminismo pretende representar políticamente: las mujeres. Por lo tanto hay dos preguntas fundamentales que atraviesan todo el texto: ¿qué es el género? ¿Y a quiénes representamos cuando hablamos de mujeres? Lo que pretende advertir la autora es el riesgo de considerar al género como la interpretación cultural de una anatomía sexual que aparece como real: cuando decimos que un travesti es un hombre vestido de mujer o viceversa ya estamos definiendo un término como lo real y otro como una identidad construida e ilusoria, lo que no nos permite escapar de ningún modo del sistema binario mujer/hombre:

“¿De qué forma tenemos que replantear las limitaciones morfológicas ideales que recaen sobre los seres humanos de modo tal que quienes se alejan de la norma no se vean condenados a una muerte en vida?” (Butler 2001:20). Butler nos muestra que las mismas estructuras de poder mediante las cuales el feminismo está buscando la emancipación son aquellas que la restringen, debilitando de esta manera la supuesta unidad y universalidad que se supone que integra al sujeto del feminismo. Esto supone cierta integridad ontológica para cada polo del sistema mujeres-hombres, dándole a la idea de “las mujeres” una identidad común. Así, la propuesta de Butler reside en liberar a la teoría feminista de la necesidad de construir una base única y constante de representación aunque la misma sea sólo un modo estratégico, ya que como advierte ella misma “(…) las estrategias siempre tienen significados que exceden los objetivos para los que se crearon” (Butler, 2001:37). Atendiendo a esto mismo la lectura de Teresa De Lauretis (1996) también nos permite abrir nuevos cuestionamientos en cuanto a la concepción de género que había sido entendida hasta el momento como diferencia sexual, tornándose esto tanto una limitación como una desventaja para el feminismo ya que mantiene al movimiento atado a los términos del patriarcado occidental,  suspendido en la idea de diferencia entre dos polos más que en la idea de contradicción y multiplicidad “El primer límite de diferencia(s) sexual(es), entonces es que constriñe al pensamiento crítico feminista dentro del marco conceptual de una oposición sexual universal (…) que hace muy difícil, sino imposible, articular las diferencias de las mujeres respecto de la Mujer, es decir las diferencias dentro de las mujeres” (De Lauretis, 1996:7).

“Si el género no es una simple derivación del sexo anatómico sino una construcción sociocultural ¿cómo se logra aquella construcción?” se preguntaba De Lauretis en su conferencia recientemente en Argentina, aludiendo a la noción de tecnologías de género. Permitiendo varias coincidencias con las críticas de Butler a pesar de que ninguna de ellas haga un diálogo explícito, ser de un género determinado de una vez y para siempre, deviene imposible a partir de sus críticas, ya que la identidad es entendida por ambas como una práctica que en el caso de De Lauretis requiere una reactualización a través de la experiencia que nos hace representarnos y autorepresentarnos como varones o mujeres según lo que entendemos por esos términos y en el caso de Butler requiere de la repetición ritualizada de actos performativos que construyen un género en tanto es actuado. Aquí se hace evidente la influencia de Foucault, donde subyace la idea de sujetos que conducen su conducta en base a lo que consideran verdadero, y se hace indispensable cuestionar cualquier discurso con pretensión de verdad y universalidad, incluso y sobre todo al interior del feminismo.

Finalmente, las búsquedas políticas también parecen coincidir en algunos puntos: para Butler “sólo puede ser posible una subversión de la identidad en el seno de la práctica de la significación repetitiva” (Butler 2001:176), mientras que De Lauretis piensa en el sujeto del feminismo que está tanto dentro como fuera de la ideología, interpelado por la misma, y que debe construir espacios de emancipación desde esta contradicción. “Es un movimiento entre el espacio discursivo (representado) de las posiciones que los discursos hegemónicos vuelven disponibles y el fuera de plano” (De Lauretis 1996:34). A partir de estos aportes se vuelve ineludible el cuestionamiento por la naturalización de lo femenino, allí donde deviene en una constricción que sujeta a la supuesta mujer que pretende representar a un contenido de identidad homogéneo e invariable.

Queda expuesta la imposibilidad de pensar las identidades a partir de los esquemas rígidos de construcciones fija y de mantenernos en la estructura binaria de la diferencia sexual. Se ha intentado manifestar que el concepto de género demuestra que las identidades sexuales no pueden reducirse a propiedades anatómicas o biológicas de los cuerpos, sino que deben entenderse como producto de una trama compleja de relaciones de representación y poder atravesados por los discursos culturales. Hay múltiples experiencias que nos permiten escapar a la norma para ampliar el marco de lo inteligible donde “cada cual pueda encontrar, más allá de las clasificaciones, el punto de su goce” (Perlongher, 1997:42)

Lic. Candelaria Rueda

Bibliografía

Althusser, Louis, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.

Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Buenos Aires, 2001

Butler, Judith, Cuerpos que importan, Paidós, Buenos Aires, 2002

De Lauretis, Teresa, “La tecnología del género” en Mora, n° 2, Buenos Aires, 1996.

Foucault, Michel, “Derecho de muerte y poder sobre la vida”, Historia de la sexualidad I. La voluntad del saber, Cap V, Buenos Aires, Siglo XXI, 1991.

Foucault, Michel, “El sujeto y el poder”, en Discurso, Poder y Subjetividad, Oscar Terán (comp.), Buenos Aires, El cielo por asalto, 1995.

Perlongher, Néstor, “El sexo de las locas”, en Prosa Plebeya. Ensayos 1980-1992, sel. y pról. de Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria, Buenos Aires, Colihue, 1997.

Rubin, Gayle, «El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo», Nueva antropología, vol.VIII, nº 30, México, nov. 1986

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