Relaciones entre el dinero y la Sexualidad…¿Hay Relación?
En el siguiente capítulo describiremos según la Licenciada Clara Coria, los distintos fantasmas, femeninos y masculinos, que se esconden detrás de la relación de los seres humanos con el dinero. Entre los fantasmas femeninos desarrollaremos el “Fantasma de la prostitución” y el “Fantasma de la mala madre” y entre las fantasías masculinas el “Fantasma de la impotencia” compensada con el de la abundancia económica.
- 1 “Fantasmas en relación al dinero”:
Al hablar de “fantasmas” me refiero a un conjunto de ideas y vivencias- en parte conscientes y en parte inconscientes- que adoptan la forma de una presencia incorpórea. Confluyen en el fantasma distintos temores. Unos provienen de las fantasías inconscientes terroríficas (como por ejemplo la fantasía de castración). Otros son generados por las transgresiones culturales y el temor a su sanción. Tanto el fantasma de la prostitución como el de la impotencia, evocan y generan profundas vivencias persecutorias. Coria,C.(2008).
El fantasma de la prostitución pretende explicar muchas de las dificultades que las mujeres presentan en sus prácticas cotidianas con el dinero.
En relación a los hombres se observa la situación de quedar atrapados en la “exigencia de hacer dinero”. Dinero que es asociado a potencia sexual convirtiéndose, de esta manera, casi en un indicador de masculinidad. Existe un particular modelo de potencia sexual basado en la cantidad- que se entronca con los requerimientos consumistas del sistema económico capitalista-, y la expresión “time is money” como representativa de una situación- trampa para los hombres con la cual se fomenta la ilusión omnipotente de inagotabilidad. Ilusión que pretendería contrarrestar las angustias frente a la castración entendida, además, en sentido amplio, como finitud y muerte.
Ideas a desarrollar:
-Que en nuestra cultura, el dinero es un tema tabú: omnipresente y sin embargo omitido en las reflexiones. Fuera del ámbito económico- financiero se encubren, tras su máscara, complejos contratos interpersonales.
-Que en nuestra cultura el dinero aparece claramente sexuado: de muy distintas maneras se adscribe al varón. Es asociado a potencia y virilidad, convirtiéndose casi en un indicador de identidad sexual masculina.
– Que la ideología patriarcal contribuye a avalar esta sexuación y, con ello, a perpetuar la subordinación económica de la mujer.
– Que esta sexuación tampoco es inocua para los varones: el dinero aparece íntimamente asociado a la “virilidad” y su ausencia a un cuestionamiento de la identidad sexual.
– Que es posible contribuir a la transformación de estos condicionamientos a través de la toma de conciencia reflexiva. Por parte de las mujeres, conciencia de la marginación económica y de la falta de autonomía. Por parte de los hombres, conciencia de la identificación entre dinero y virilidad.
Para Clara Coria el dinero es un “alcahuete”, porque hace emerger y pone en evidencia todos los contratos tácitos e implícitos que invariablemente subyacen en nuestras relaciones.
3.2 “El Fantasma de la Prostitución”:
El fantasma de la prostitución y su incidencia en ciertas inhibiciones en las prácticas cotidianas con el dinero:
En el mundo actual la mujer accedió al ámbito público, al trabajo remunerado y por lo tanto al dinero… Sin embargo, las mujeres siguen perpetuando actitudes de subordinación económica.
La independencia económica que algunas de ellas lograron no ha sido en absoluto garantía de autonomía. En algunos casos han llegado a renegar de una independencia que les agrega jornadas de trabajo. Sería ingenuo pensar que el problema de la dependencia en las mujeres (y en particular la económica) se acaba con el acceso al dinero.
No sólo hay que poder acceder al dinero (cosa nada fácil) sino también hay que sentirse con derecho a poseerlo y libre de culpas por administrarlo y tomar decisiones según los propios criterios. Y esto último no es lo que ocurre con mayor frecuencia. A pesar del “mal negocio” que termina siendo la dependencia económica para las mujeres, resulta sorprendente constatar las reticencias de las propias mujeres a promover un cambio en este sentido.
Estas reticencias para el cambio estarían relacionadas entre otras cosas, y desde una perspectiva psicológico-social, con lo que denominé el “fantasma de la prostitución”.
Este fantasma sintetiza y condensa una cantidad de inquietudes, pensamientos, vivencias y situaciones que reiteradamente surgen en los grupos de reflexión con mujeres.
Este fantasma, junto con otros dos- el de la “mala madre” y el de la “femineidad dudosa”- es la expresión de una mentalidad patriarcal y contribuye a favorecer y perpetuar la dependencia económica.
El dinero, en calidad de moneda y valor de cambio, se ha caracterizado por circular fundamentalmente fuera de lo familiar. Ha estado siempre asociado al ámbito público y se ha constituido en el intermediario preferencial del intercambio económico.
Históricamente, dicho intercambio ha estado en forma casi exclusiva en manos de hombres. Los hombres, poseedores del dinero, accedían a las mercancías deseadas, comprando y recibiendo a cambio de su dinero cosas o personas. La esclavitud es el ejemplo más contundente de cómo las personas transformadas en objeto, son adquiridas a cambio de dinero. Dentro de esta categoría podría ser ubicada la prostitución. Una particular manera de comprar y vender un servicio personal que previamente ha sido “cosificado” y transformado en objeto, factible de ser entregado y adquirido a cambio de dinero.
La prostitución ha sido una actividad siempre presente, constitutiva de la cultura judeocristiana desde los albores de la historia e íntimamente ligada a la mujer y el dinero.
La prostitución aparece como una actividad ligada fundamentalmente a la mujer, en donde se focaliza a aquel individuo que entrega algo personal “cosificado” a cambio de dinero, dejando fuera de foco al otro de la transacción: el que da el dinero.
Si bien resulta obvio que toda transacción implica y compromete a todos los que participan de la misma, en el caso particular de la prostitución se enfatiza exclusivamente a aquel que entrega su sexualidad a cambio de dinero. Si bien existe también prostitución masculina, es necesario destacar que los hombres, como objeto sexual, no han sido objeto de compras y ventas masivas, de reclusión en prostíbulos o de envíos – al igual que ganado- como actualmente aún se realiza con las mujeres.
Además como el dinero tradicionalmente ha estado casi con exclusividad en manos de hombres, la prostitución ha sido considerada sinónimo de “mujer que vende su sexualidad “omitiendo, curiosamente, al “hombre que compra su sexualidad”.
Por lo tanto sexualidad y dinero tienden a identificarse mucho más con prostituta que con “hombre que paga por el intercambio sexual”. ¿Cómo se le dice a este hombre? Por mucho que busquemos resulta difícil encontrar la palabra que lo identifique. No existe. ¿Es que acaso el lenguaje la ha omitido? ¿Es ésa una manera de dejarlo fuera de foco y hacerlo pasar desapercibido? Tal vez sea ésta una de las maneras utilizadas para reafirmar y avalar la creencia de que la prostitución sólo tiene que ver con las mujeres.
No es casual que el idioma no disponga de una palabra que enuncie (¿denuncie?) este aspecto de la realidad. Darle un nombre es darle existencia. Y esto no es inocuo. El lenguaje es uno de los dispositivos de poder. A través de la inexistencia de esta palabra se contribuye a falsear la realidad, haciendo caer todo el peso de una actividad denigrada- la prostitución -sobre la mujer. El hombre partícipe ineludible de la prostitución (que la hace posible porque dispone del dinero y genera la demanda) es omitido en el lenguaje, con lo cual, entre otras cosas, queda a salvo “su buen nombre y honor”.
Pagar por obtener una experiencia sexual es, en última instancia, un atentado al narcisismo masculino (pues gracias al dinero el hombre obtiene lo que no puede conseguir sin él).
El concepto popular de prostitución quedaría incompleto si además de sexualidad y dinero, excluimos el ámbito público.
La prostitución nunca fue vista como actividad privada ni doméstica. Se la ubica muy claramente como una actividad pública, fuera del ámbito doméstico, ejercida por mujeres.
De manera que cuando se unen los términos mujer, sexualidad, dinero y ámbito público, ello evoca y remite- consciente o inconscientemente- a la idea- vivencia- creencia de prostitución.
De esta manera el consenso popular y académico llega a definir la prostitución como una actividad fundamentalmente femenina que se desarrolla en el ámbito público, por lo cual se recibe dinero a cambio de un servicio personal sexual.
El consenso popular condensa claramente esta idea recogiendo la tradición oral, al referirse a ella como la “profesión femenina más antigua del mundo”.
El consenso académico, además parecería avalar esta tradición oral. Los diccionarios, que son mojones referenciales, nos transmiten muy claramente cómo debe ser entendida la realidad a través de la definición de las palabras. Así, mientras la acepción de “hombre público” es: “aquel dedicado a funciones de gobierno y a tareas que atañen a la comunidad”, la “mujer pública” es aquella que ejerce la prostitución. En un diccionario actualizado se define la palabra prostitución de la siguiente manera: “Acción por la que una persona tienen relaciones sexuales con un número indeterminado de otras mediante remuneración”.¿ No es sorprendente que se excluya de la definición a la otra persona, la que paga para que la prostitución sea posible?,¿No resultaría también risible- sino fuera por lo dramático- que aunque en esta definición actual se incluye a los dos sexos al decir “acción por la que una persona…”se insista en lo de mujer pública como sinónimo de prostituta? A partir de aquí hay muchas preguntas que quedan sin respuesta. Por ejemplo, ¿qué nombres se les da a las mujeres como Indira Ghandi, Golda Meir, Simone Weil, etc.?¿Corresponde llamarlas mujeres públicas? Para contribuir a una comprensión más acabada de esta compleja situación, debemos agregar que la tradición judeocristiana contribuye decididamente a enfatizar y corroborar el concepto ( que se convierte en creencia y luego es perpetuado como una” verdad”) de que:
La mujer + dinero+ ámbito público= Prostitución
La cristiandad, continuadora legítima y heredera del judaísmo le va a dar formas más definidas y acabadas. Es así como los prototipos de mujer que formaban parte de las nuevas enseñanzas iniciadas por Jesús y consolidadas por sus continuadores son fundamentalmente dos: virgen o prostituta.
La virgen, representada por María, es fundamentalmente madre, ser asexuado, núcleo de la familia y alejada del dinero. La prostituta, representada por Magdalena, es fundamentalmente sexuada, desarrolla una actividad en el ámbito público y se relaciona con el dinero.
María y Magdalena- virgen y prostituta- representan los dos lugares posibles para una mujer, lugares que, además se presentan como antagónicos y a los que se les atribuye características específicas y valoraciones sociales muy definidas. Mientras el lugar de madre- con sus roles específicos- va a estar coronado con la aureola de la bondad, generosidad, altruismo y resignación, el lugar de la prostituta va a soportar el estigma de un supuesto desafecto, interés, malignidad, etc. Un lugar va a ser enaltecido y el otro denigrado (a menos que se redima con el arrepentimiento que implica reconocer su innegable culpabilidad).
Uno va a ser la reserva de las bondades divinas y el otro, expresión de lo demoníaco.
Es así como el dinero, en relación a la mujer, está unido desde los albores de la historia a la prostitución, y va a mantener, a través de los tiempos, un halo pecaminoso.
Este fantasma es totalmente inconsciente. Ha sido alimentado por siglos de discriminación, sirve para perpetuar el poder de unos sobre otros, infiltrándose en las conciencias y en la estructura del psiquismo.
3.2.1 Dinero y Sexo: una transgresión fundamental ( pudor, culpa y vergüenza)
El fantasma de la prostitución está presente de manera encubierta en la vergüenza y en la culpa que muchas mujeres sienten en sus prácticas con el dinero. Cuando prestamos atención al discurso de las mujeres y reflexionamos sobre lo que dicen, es sorprendente la abundancia de referencias que es posible encontrar en relación a la vergüenza que sienten cuando se descubren a sí mismas gozosas por ganar dinero y con deseos de ambición económica.
La vivencia de culpa también es harto frecuente y encontramos preferentemente asociada con el hecho de trabajar fuera del hogar utilizando sus energías en el ámbito público en detrimento de la tarea hogareña.
Es frecuente encontrarla entre las mujeres que se desempeñan en el ámbito público y que han tenido la fortuna de trabajar en algo que les gusta, la tendencia a ocultar y disimular su placer por trabajar fuera del hogar.
Y volviendo a la vergüenza por el placer que da el dinero y por el deseo de ambición económica debemos considerar que está ciertamente influenciado por una tradición cultural acerca de los roles sexuales en relación al dinero. Tradicionalmente, dinero y ambición debían ser distintivos masculinos.
Es necesario incluir otro nivel de análisis, de orden psicológico, para intentar comprender por ejemplo qué inquietudes se ocultan detrás de esa vergüenza. ¿Cuál es el hecho real o imaginario que la provoca?
En los discursos femeninos la vergüenza y la culpa frente al dinero aparecen relacionadas a temores, expectativas y fantasías íntimamente ligadas a la sexualidad. A esa sexualidad exaltada en los medios de comunicación y publicidad, enarbolada como baluarte del éxito, añorada como fuente inagotable de satisfacción y placer, excluida de la imagen y concepto de familia, censurada para el sexo femenino, inhibida por las tradiciones fundamentalmente religiosas y reprimidas por aquellas instituciones y grupos que suponen que el ejercicio de la violencia y de la autoridad despótica es el mejor instrumento pedagógico.
La vergüenza y la culpa frente al dinero, tan frecuente en las mujeres y tan ocasional en los hombres, condena, encubre y expresa toda una gama de vivencias, pensamientos, deseos, temores y expectativas de orden sexual.
Estas vivencias no son conscientes. Son vivencias asociadas a la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero.
Gusto, placer, excitación y vergüenza surgen en los discursos femeninos entrelazados y conectados. La vergüenza, generalmente ligada a una desnudez culpable. La desnudez, que la cultura occidental judeocristiana colmó con atributos pecaminosos, asociada fundamentalmente al goce sexual.
Podría decirse que para una mujer occidental judeocristiana esta desnudez es hacer ostentación de “deseos satánicos”, encarnando con ello la tentación de la carne nada nuevo desde Eva). Por lo tanto, llega a ser responsable- al igual que Eva- de las tragedias supuestamente desencadenadas por ella, en tanto se trata de una mujer desnuda que con su desnudez excita y provoca. Una desnudez pecaminosa que se transforma en fatídica cuando se hace ostensible, es decir cuando se ve y se muestra. Por lo tanto, se espera y exige que una mujer cuide a los otros y se defienda de ella misma de una ostentación que condensaría tanto los deseos exhibicionistas como la posibilidad de una acción “pecaminosa” y “fatídica”.
Asimismo, y por efectos de la doble moral que impera en nuestra cultura, el exhibicionismo sexual es fomentado en las mujeres.
Resulta entonces la enorme paradoja de que las mujeres aspiran a una actitud exhibicionista que atraiga el deseo de los hombres al mismo tiempo que viven con culpa todo posible placer conectado con la sexualidad.
En nuestra cultura, la ambición económica así como la audacia y la intrepidez han sido características asociadas a la potencia sexual y atribuidas a la identidad sexual masculina. El consenso popular llama “masculina” a una mujer ambiciosa y “triunfador” a un hombre ambicioso.
Por extensión, la ambición económica pasaría a ser una expresión de la sexualidad y una evidencia de su potencia. Potencia que adquiere distinta valoración social según sea expresada por un hombre o por una mujer. Un hombre sexualmente desbordante es visto como reafirmando su “virilidad”, mientras que una mujer con la misma cualidad es considerada como enferma psíquica o prostituta.
Es casi redundante recordar que el placer sexual aparece cargado de tabúes y castigos. Además, como ya hemos visto, con discriminaciones. En relación con las mujeres adquiere un tinte pecaminoso, su exhibición es vergonzante y su exageración es considerada índice de enfermedad mental o social (loca o prostituta). En relación a los hombres se convierte casi en una exigencia compulsiva. Su exhibición es indicio de una identidad sólidamente constituida y definida (es bien macho) y su exageración es la expresión de su potencia. En este contexto el éxito económico- producto de la ambición- adquiere distintos significados según de qué sexo según de qué sexo se trate. Así, en el caso masculino, se piensa en un “hombre realizado” y, en el caso de la mujer, “que consiguió compensar un fracaso en su realización femenina”. Por ello no resulta tan contradictorio que una mujer tienda a ocultar su placer por ganar dinero, su ambición económica y en algunos casos sus éxitos financieros, y que presente comportamientos de inhibición, contradictorios o conflictivos en relación al dinero.
Podríamos decir, sintetizando, que el gusto por el dinero es vivido inconscientemente (por las mujeres “excitables”) como un goce sexual pecaminoso, indigno de una” mujer de bien”. Y consecuentemente, la ambición económica resultaría la ostentación exhibicionista de dicho goce.
Podría pensarse que aquellas mujeres que están “liberadas” sexualmente también lo estarían en relación al dinero. Esto sería una conclusión simplista. No debemos olvidar que uno de los atributos constitutivos del dinero es que sea, fundamentalmente, un instrumento de poder. Con lo cual no sólo es necesario dilucidar las implicancias sexuales en las prácticas con el dinero, sino también dilucidar el impacto que el poder genera en las mujeres.
Es posible también encontrar toda una serie de comportamientos y creencias derivadas de este “complejo ideacional”. El pudor frente al dinero sería uno de los comportamientos asociados y derivados de las fantasías de prostitución en relación al dinero: por pudor muchas mujeres “no hablan de dinero” o se sienten incómodas cuando deben hacerlo. Hablar de dinero “impúdicamente” (sin pudor) sería como evocar una sexualidad prohibida y hacer ostentación de ella. Tal vez la creencia encubierta es que un comportamiento pudoroso evita el contacto con lo prohibido y al mismo tiempo se evita –ella misma- convertirse en fuente de tentación, al igual que una vestimenta pudorosa y austera que “poner resguardo de excitaciones”-propias y ajenas- evitaría la tentación y suprimiría el deseo sexual.
Una extensión de esto puede llevarnos a pensar que el pudor frente al dinero evita el contacto con él, imponiendo asepsia frente al placer y a la ambición.
De ninguna manera debemos pensar que las actitudes frente al dinero son conscientes. Por el contrario, se trata de expresiones inconscientes que intentarían ocultar la tentación por el dinero. Podría considerárselo como un síntoma (que reprime un deseo y al mismo tiempo lo expresa).
Las personas pudorosas frente al dinero no serían, por ello, las menos atraídas. En todo caso estarían expresando de manera inconsciente su lucha interna.
De igual manera que sonrojarse es la expresión inconsciente de un pensamiento o sentimiento vivido como vergonzoso, el pudor frente al dinero sería también la expresión de una atracción vivida como vergonzosa.
Vergüenza y culpa en nuestra cultura – en relación a las mujeres- han estado fundamentalmente ligadas a transgresiones sexuales.
Transgredir el ámbito asignado a la mujer es motivo de culpa. Si a esto le agregamos el desempeño de una actividad a cambio de dinero, están presentes los elementos básicos para dar cabida al fantasma de la prostitución.
Los deseos de movilidad y libertad en las mujeres son frecuentemente alcanzados por el fantasma de la prostitución. La libertad de acción que otorga el dinero es vivida por la asociación inconsciente dinero= sexo) como una libertad sexual. Como tal, deseada y temida. Tanto más deseada por cuanto es reprimida en las mujeres y tanto más temida porque implica algo así como una “transgresión fundamental”.
La idea de que la mujer disponga de dinero parece reactivar profundos temores en la sociedad. Una idea aparentemente terrorífica es que la mujer utilice el dinero para hacer uso de su movilidad y libertad. Movilidad y libertad que vulgarmente se perciben como sexuadas. Una mujer con dinero podría hacer uso de esa libertad impunemente, de la misma manera que lo hace un hombre con dinero.
La idea de que una mujer llegue a ser capaz de pagar para obtener sexualidad resulta terrorífica. Lo llamativo es que lo que pareciera realmente impactar no es la idea de pagar (o sea el mecanismo básico de la prostitución) sino que quien pague sea una mujer.
La contaminación e impureza que tan frecuentemente aparecen asociadas al dinero en boca de mujeres, también pasas a estar asociada con el fantasma de la prostitución. Desde una perspectiva psicoanalítica, podríamos agregar que esta impureza también deviene de que en el inconsciente el dinero es el equivalente simbólico de las heces.
La perspectiva psicoanalítica explica el carácter anal de hombres y mujeres – con lo que estarían relacionadas las prácticas del dinero-. Pero no explica por qué siendo posible tanto para hombres como para mujeres adquirir características anales, los varones acceden al dinero y a su ambición sin tanta carga de vergüenza y culpa como las mujeres.
En la actualidad los cambios sociales permitieron el acceso al dinero para las mujeres, pero mantuvieron en vigor las connotaciones de prostitución a él asociadas.
Estas connotaciones de prostitución están profundamente arraigadas y se observan en los comportamientos de la vida cotidiana, desde los hechos más triviales a los más significativos.
Se las pueden encontrar unidas a expresiones tales como “me da vergüenza hablar de dinero” y “van a creer que soy una interesada”, “es algo sucio”, “el dinero no es para una mujer”, “van a verme como comerciante si discuto el contrato”( comerciante ¿de qué?),”si me pagan bien voy a tener que dar otras cosas a cambio”, etc.
La naturaleza inconsciente del fantasma de la prostitución , unido a una cantidad de fantasías también inconscientes (vividas como prohibidas y profundamente reprimidas) le confieren un enorme poder en el condicionamiento de las actitudes cotidianas.
Abordar el fantasma de la prostitución, al igual que las fantasías de prostitución, como también el tema concreto de la prostitución en el mundo, es atacar el corazón mismo de la doble moral, de la discriminación sexual y de la represión sexual. Coria, C. (2008) .
3.2.2 Disponibilidad económica = Libertad sexual…
Existe una vivencia muy intensa y generalmente inconsciente por la cual la movilidad y la libertad social aparecen íntimamente asociadas a la libertad sexual.
Libertad sexual atrayente, temida, censurada y generalmente prohibida, tanto en el mundo de la fantasía como en el de la realidad social.
En otras palabras: para muchas mujeres la libertad de movimiento en el ámbito público adquiere connotaciones sexuales y por lo tanto resulta censurable, pecaminosa y culpable.
Estas connotaciones sexuales acrecientan internamente el conflicto frente a la movilidad – libertad- independencia, generando un monto de angustia que el psiquismo intentará reducir de alguna manera.
A través del dinero, al que se accede por la independencia económica, las mujeres estarían en condiciones de ‘hacer uso” y convertirse en transgresoras. (Nuestro lenguaje popular utiliza la expresión “hacer uso” para referirse a las relaciones sexuales. Expresión no poco frecuente en gabinetes ginecológicos, urológicos y en “reuniones de salón”.)
Por ello, el mantenimiento de la dependencia (en este caso la económica) disminuiría la tensión provocada por el conflicto frente a la libertad vivida como transgresora. Esta disminución de tensión preserva de la angustia y se constituye en el beneficio primario de la dependencia económica.
Los tiempos modernos han enfrentado a las mujeres a la compleja situación de acceder (por voluntad o por necesidad) al trabajo remunerado sin haber resuelto este conflicto.
En estos casos llama la atención el ingenio que es capaz de desarrollar el psiquismo humano para encontrar una salida ante situaciones tan violentas, por lo conflictivas, y tan traumáticas por lo irresolubles.
Hay casos de mujeres que sin haber resuelto el conflicto acceden al dinero, pero se las ingenian para no disponer de él… Y de esta manera lo ganan pero “no hacen uso” del mismo.
Muy posiblemente tengamos que pensar que es más pertinente evaluar el grado de independencia de una persona por su capacidad para usar el dinero con autonomía y no por su capacidad para ganarlo. El ganarlo no implica, necesariamente, que se use con autonomía.
Al hablar de autonomía Clara Coria nos dice “No me refiero a una autonomía absoluta, imposible de plantear para el psiquismo humano. Me refiero a una autonomía relativa que podría ilustrarse en la diferencia que existe entre pedir opinión y pedir permiso. Quien pide opinión toma en cuenta al otro sin someterse, quien pide permiso se subordina de entrada.
Lamentablemente, es posible observar con harta frecuencia que las mujeres tendemos a pedir permiso más que a pedir opinión, aunque a veces parezca que hacemos lo que queremos con prescindencia del otro.
Es en el momento de la utilización del dinero, cuando más habitualmente surgen las inhibiciones en las mujeres. Estas inhibiciones pueden tomar formas muy variadas. Seguramente alguien recordará el caso de “Fulanita” que “revienta” el dinero de “su marido” sin ninguna consideración y menos aún inhibición. O a alguna que diga “yo no tengo problemas en gastarme todo el dinero, total él me somete y yo le dilapido el dinero”. Impactante comentario que no necesita ser explicado y que pone al descubierto que muchas de estas actitudes “deshinibidas” de las mujeres frente al dinero, poco tienen que ver con la autonomía.
En este caso se trataría más bien de una respuesta agresiva frente a un sometimiento sufrido. Sometimiento que, no es solamente impuesto por el otro sino también aceptado por una, que no intenta o no encuentra la manera de revertirlo. Las reacciones revanchistas suelen ser una de las respuestas más frecuentes al sometimiento.
El conflicto frente a la utilización del dinero, en el ámbito público, vivido como una transgresión, aparece también a través de “cierta inquietud” por tener mucho dinero.
Inquietud mucho más difícil de encontrar entre los hombres que en las mujeres.
Inquietud que parece encubierta y escondida debajo de ostentosas declaraciones como: “Yo no tendría problemas en tener mucho dinero”.
En el momento en que tener dinero es una realidad, lo que suele aparecer en primer plano es la inquietud. Inquietud que conocen bien muchas mujeres, aquellas que ganan más que sus maridos o que reciben una herencia personal o que yendo a una situación más trivial, deciden hacerse cargo de su dinero abriendo una cuenta bancaria.
Esto nos remonta a la inquietud por una libertad vivida como transgresora. Libertad que evoca una libertad sexual. Libertad inquietante que es posible contrarrestar con la indisponibilidad económica.
Algunas prácticas sociales se encargan de corroborar estas asociaciones entre disponibilidad económica y libertad sexual.
La experiencia social estaría demostrando que, con dinero, se amplía el espectro de experiencias sexuales.
Las mujeres lo saben porque son afectadas, ya sea en su papel de esposas excluidas o de amantes elegidas.
El contexto social corrobora la ligazón entre dinero y libertad sexual. Esta ligazón, que genera expectativas, está presente tanto en hombres como mujeres.
En los hombres en forma consciente y manifiesta. En las mujeres de manera culpable y reprimida. La diferencia fundamental reside en que las mujeres viven sus fantasías al respecto con enorme culpa y además ven restringidas sus posibilidades de acción a causa de su dependencia económica.
A esta altura del desarrollo podríamos afirmar que quien administra el dinero, termina administrando real y simbólicamente la movilidad del otro y la de sí mismo.
Es posible entonces interpretar el comportamiento de tantas mujeres, como una maniobra inconsciente para que el otro (marido, pareja.), administre su propia movilidad y la controle, quedando de esta manera al resguardo de sí misma y de sus posibles deseos y tentaciones vividos como transgresiones.
Así, cuando las mujeres dificultan y obstruyen la tenencia y administración del dinero se consigue- de manera inconsciente- evitar el conflicto y el monto de ansiedad que surge de una libertad vivida como transgresión.
Podemos establecer un paralelo entre el proceso neurótico y la situación de dependencia económica. Ambas situaciones se conformarían sobre la base del principio del placer y tenderían a obtener un beneficio primario que es la disminución de la tensión, tensión generada no sólo por tener que enfrentar las vicisitudes de ganar dinero y las frustraciones, limitaciones y esfuerzos que ello implica, sino también por las connotaciones inconscientes de transgresión.
En síntesis este beneficio primario de la dependencia económica es un negocio que finalmente termina en quiebra porque condiciona y promueve un proceso insidioso que termina acabando con la autonomía.
Resulta ser un beneficio que cobra altísimos intereses ya que en forma paulatina y progresiva va deteriorando las capacidades de desarrollo, la creatividad y el bienestar que se basan en la disponibilidad plena de los recursos humanos.
- 2.3 Los beneficios secundarios de la dependencia económica:
El concepto de beneficio secundario, a partir de la teoría freudiana, es el de la utilización que un individuo hace de una enfermedad ya establecida para obtener satisfacciones.
Estas satisfacciones son fundamentalmente de tipo narcisista y están ligadas a la autoconservación. Con ellas consiguen también modificar las relaciones interpersonales. Así, dice Freud: “Una mujer oprimida por su marido puede obtener, gracias a la neurosis, más ternura y atención, al mismo tiempo que con ello se venga de los malos tratos recibidos”. También habla del beneficio secundario que reside en la renta que llega a recibir un individuo a causa de una enfermedad física provocada por un accidente. Esta renta-sostiene- “se convierte en un poderosa motivo que se opone a la readaptación. Desembarazándolo de la enfermedad se le quitarían los medios de subsistencia y debería enfrentar el hecho de ver si es capaz de volver a su antiguo trabajo”.
No podemos dejar de asociar dependencia económica con enfermedad en la medida en que ambas ubican al individuo en una situación de inferioridad, subordinación y restricción de sus posibilidades.
La protección es el beneficio secundario más sobresaliente que parece como el común denominador de las situaciones de dependencia.
El manejo del dinero, es el resultado de una cantidad de condicionamientos complejos, de identificaciones y de representaciones psíquicas, es también, y al mismo tiempo, un estructurador psíquico.
Podemos decir en síntesis, que la dependencia económica, denota un lugar que es el de la subordinación. Y la subordinación restringe la movilidad, la capacidad de elección, la asunción de responsabilidades y la confrontación con los resultados de la propia acción, entre otras cosas.
Todo esto influye sobre el psiquismo condicionando y limitando las funciones yoicas que no logran desarrollarse plenamente cuando un individuo es ubicado en la dependencia económica y la acepta.
3.3 “El fantasma de la mala madre”:
Si una mujer pretende cobrar desenfadadamente y/o defender sus intereses económicos deberá enfrentar tanto el fantasma de la prostitución como el de la “mala madre”.
Muchas mujeres de nuestros días han sido preparadas para la vida profesional y para el desempeño en el ámbito público. Sin embargo, resulta sorprendente comprobar que la destreza y la eficiencia que son capaces de demostrar en el ejercicio de esas funciones se desvanecen cuando deben encarar situaciones específicas de dinero.
Hay una cantidad de comportamientos que resultan incluso contradictorios con el resto de la personalidad, como por ejemplo el caso de mujeres desenfadadas y directas que, sin embargo sienten malestar y cierto pudor al hablar de dinero. U otras acostumbradas a un pensamiento abstracto que, sin embargo, se desconciertan y confunden frente a los “montos grandes”. O mujeres activas y dispuestas a participar de la economía familiar que sin embargo reducen su interés a la economía doméstica, desconociendo y desentendiéndose de los aspectos económicos que trascienden la canasta familiar. O aquellas con larga experiencia laboral que omiten tratar explícitamente contratos laborales que impliquen dinero. O mujeres que tienen a cargo la responsabilidad de mantener económicamente el hogar y sienten resquemor cuando son vistas como “interesadas” o “materialistas”, cuando pelean o defienden intereses económicos. O mujeres que se autodefinen como independientes y que frente a una separación se encuentran repentinamente en una situación de desvalimiento, propio de una niña, y descubren con sorpresa qué poco sabían de la dinámica familiar.
Y aún es posible mencionar muchas otras situaciones: la dificultad para reclamar dinero o efectivizar cobros, inhibición para poner precio a los servicios profesionales, inclusión innecesaria de un socio varón al iniciar nuevas experiencias laborales, incomodidad y desazón por ganar más que el hombre, derivación en los hombres cercanos (maridos, hijos, padres, hermanos, etc.) de las inversiones de envergadura o decisiones relativas al dinero ( cuando se trata de mucho dinero), delegación en los hombres de la administración de herencias ( situación que a la inversa es casi imposible de hallar), dificultad para reconocer como propios ( y hacer uso de ) los bienes de la sociedad conyugal, sentimiento de culpa por usar dinero en beneficio propio, etc.
Se trata de una cantidad de situaciones que sufren a diario miles de mujeres, que forman parte de la vida cotidiana y que, por habituales, terminan pasando inadvertidas. No se las “ve” pero se las “siente”. Estas situaciones generan padecimientos y deterioro. Para modificarlas será necesario comprenderlas. Ello posibilitará desactivar el mecanismo que las genera.
Estos comportamientos son el resultado de un conflicto.
Dicho conflicto expresa una profunda e intensa lucha que se libra en el nivel inconsciente entre el “modelo” al que debe responder una mujer- para sentirse “femenina”- y las implicaciones que tiene el dinero en nuestro medio.
Este conflicto, además se agudiza en la medida en que las mujeres participan más activamente en el mercado laboral y desean con mayor conciencia y decisión salir de la dependencia a la que estuvieron condicionadas durante siglos.
La falta de conocimiento de dicho conflicto contribuye a que el mismo se perpetúe, generando comportamientos que atentan contra el bienestar psíquico de muchas mujeres.
Para desarrollar la hipótesis de que el conflicto entre “femineidad’ y dinero obstruye la adquisición de comportamientos autónomos en relación a ese último, resulta necesario abordar dos temas: uno es el del dinero, sus cualidades y las actitudes a él atribuidas. Otro es el del “ideal maternal” que en nuestra cultura occidental, judeocristiana y patriarcal, subyace y fundamenta a la “femineidad”.
Existe un paradigma femenino: “el ideal maternal”. Decir mujer en nuestra cultura es evocar atributos y actitudes que se reconocen como indiscutiblemente femeninos.
Gracia, belleza, tolerancia, dulzura, comprensión, entrega, etc., condensan atributos que señalan, indistintamente, a la mujer, a lo “femenino” y a lo “maternal”. Son tres ideas amalgamadas y confundidas que, sin embargo, hacen referencia a tres hechos distintos. Algunas veces, madre, mujer y femenino coinciden, pero no siempre ni necesariamente.
Es cierto que toda madre es mujer, pero no es cierto que toda mujer sea madre.
Cierto es que para llevar adelante la maternidad, tanto en su función biológica como social es necesario ser tolerantes, incondicionales, altruistas y continentes. Sin esas condiciones seríamos incapaces de soportar las transformaciones corporales que implica el embarazo, los riesgos del parto, las restricciones de la lactancia y las arduas complejidades de la crianza de los niños.
Pero no es cierto que una mujer deba hacer gala de tolerancia, incondicionalidad, altruismo y abnegación cuando se están desempeñando funciones que nada tienen que ver con la maternidad.
Es cierto que los individuos nacen biológicamente con un sexo definido. Y salvo excepciones, se nace macho o hembra. Pero no es cierto que el género sexual (es decir masculino-femenino) sea inequívoco y universal. Sabemos ya, sin lugar a dudas, que mientras el sexo está determinado biológicamente, el género lo está culturalmente. Y es por ello que actitudes muy específicas que en una cultura resultan exclusivas de las mujeres, en otra cultura los son de los varones.
Sin embargo, a pesar de los datos irrefutables que nos brindan, persiste insistentemente una confusión entre género y sexo. Esta confusión, entre otras cosas, lleva a identificar lo “femenino” con lo “maternal”, perpetuando el consenso de que ser mujer es equivalente a ser madre. Pero no cualquier madre. Una buena, desinteresada, abnegada e incondicional. Esta identificación no es inocua y acarrea serias consecuencias que perturban y condicionan la adquisición del género femenino.
A partir de la identificación mujer-madre, los atributos adscriptos a la maternidad son transferidos a la mujer. De esta manera, actitudes tales como tolerancia, paciencia, generosidad, renunciamiento, entrega, bondad, dedicación, que son atributos de una “buena madre”, resultan ser las expresiones más acabadas de la femineidad.
Estos atributos caracterizan una maternidad que, además es concebida como la expresión de un amor incondicional, altruista y abnegado. De un amor inequívoco, libre de ambivalencias, resentimientos e intereses personales.
Uno de los mayores riesgos para la “femineidad” de una mujer es no responder a la imagen maternal que se espera de ella. Una mujer entra en conflicto con su imagen maternal cuando por ejemplo defiende un interés personal sin anteponer el bienestar de los otros a expensas del propio, como sería esperable según la ideología patriarcal. O cuando es capaz de ofrecer sus servicios a cambio de una retribución. O cuando pretende requerir condiciones que resguarden sus intereses,. O cuando expresa abiertamente sus ambiciones. Estas actitudes son opuestas e incompatibles con los atributos que mejor representan la imagen de “buena madre”. Son actitudes que se oponen al altruismo, la incondicionalidad y la abnegación.
Es necesario recalcar que no se trata de parir o criar hijos para consolidar una imagen de femineidad, sino que se trata de comportarse “como una buena madre”. De otra manera también se corre el riesgo de ser degradada. Esta degradación está implícita cuando se cataloga de “desnaturalizada” o de “puta” a una mujer que se resiste a ser incondicional con sus hijos y pretende para sí algún tiempo, energía, placer personal o goce erótico.
La puta (contrapartida erótica de la madre) es la otra cara de la misma moneda. Y ello se refleja en casi todos los idiomas conocidos de la cultura occidental judeocristiana, donde tiene un lugar privilegiado en el ranking de las expresiones groseras. Ser “hijos de mala madre”, que en el lenguaje común es sinónimo de ser “hijo de puta”, es uno de los improperios de mayor universalidad (que entre otras cosas, el tango rioplatense ha consagrado como la imagen de la mujer traidora que se opone a la “santa madrecita”).
De una manera u otra, “todos los caminos llevan a Roma” y las alternativas para una mujer serán ser buena o mala madre…Pero siempre madre.
De esta manera el altruismo, la incondicionalidad y la abnegación pasan a formar parte del “modelo femenino” que promueve dicha ideología. Y acceder y disponer del dinero significa-como veremos a continuación- una transgresión al “ideal maternal” que sustenta y avala un paradigma de femineidad.
Según Marx, con la introducción del dinero nace una pulsión indeterminada que no se dirige hacia los objetos concretos. Esta pulsión es el poder y está relacionada con el dinero y encarnada en él.
El dinero va adquiriendo, merced a los mecanismos proyectivos de los seres humanos, una aureola que aparece adornada con una cantidad de atributos tales como frialdad, racionalidad, especulación, egoísmo, interés personal, etc. Curiosamente estos atributos van a ser valorados de manera opuesta según acompañen al sexo masculino o femenino.
Ataviado con estas galas, el dinero pasará a ocupar, en la realidad social y en lo imaginario que acompaña a dicha realidad, un sitio necesariamente ubicado en la “vereda de enfrente” del ideal maternal.
El altruismo, la incondicionalidad, y la abnegación, que son la síntesis de dicho ideal, se convierten en opuestos inconciliables del egoísmo, la especulación y la “fría racionalidad” atribuidos al dinero.
Y aquí volvemos a nuestro punto de partida: las prácticas con el dinero, en las mujeres, suponen la presencia de actitudes contrarias a las actitudes femeninas dictadas por el “ideal maternal”. Y en muchas de ellas se entabla una cruenta y despareja lucha para satisfacer los requerimientos de dos necesidades que han sido internalizadas como incompatibles.
Nos encontramos frente a un conflicto inconsciente y que genera síntomas.
Esos comportamientos sintomáticos que se presentan como dificultades son –como todo síntoma- situaciones de compromiso en donde el conflicto encuentra una “salida honorable” por medio de una transacción. Se trata de un “arreglo” inconsciente entre las tendencias en pugna en el cual se cede algo para no perder todo.
En el caso específico de las dificultades con el dinero, las mujeres ceden, en sus síntomas, la autonomía que adquirieron con la independencia. De esta manera se da satisfacción a las dos partes en conflicto.
Por otro lado, la fuerza persuasiva de la ideología patriarcal tiene muchas caras y dispone de variados recursos que se transforman en otros tantos obstáculos que dificultan a las mujeres tomar conciencia del conflicto que estamos describiendo. Dos de estos recursos tienen caras fantasmales que persiguen y atormentan con sus presagios agoreros a las mujeres que acceden a la toma de decisiones en temas de dinero. Uno de ellos se encarna en el temor de perder femineidad y el otro a perder el amor del hombre.
En síntesis el dinero “que se cobra” llega a adquirir en manos de las mujeres, la consistencia de una brasa candente.
Si una mujer pretende cobrar desenfadadamente y/o defender sus intereses económicos deberá enfrentar tanto el fantasma de la prostitución como el de la “mala madre”.Coria,C.2008.
3.4 Los hombres y el acopio del dinero:
“El dinero hace al hombre entero”
“Un homme sans argent est un loup sans dents”
“A man without money is a bow without an arrow”
Clara Coria resalta el sentido coincidente de estos refranes. En distintas lenguas y evocando imágenes diferentes, convergen en un mismo sentido. Significado que tiene un inequívoco simbolismo fálico. En francés: un hombre sin dinero es como un lobo sin dientes. En inglés: un hombre sin dinero es como un arco sin flecha.
El rol de detentar dinero adjudicado al varón conlleva también una cantidad de vivencias, exigencias y experiencias que no pueden computarse solamente como beneficios.
A esto habría que agregar que el dinero tiene connotaciones sociales y profundos simbolismos inconscientes que ejercen su influencia más allá de los límites estrictamente relacionados con lo económico. Con frecuencia las dificultades económicas invaden y afectan áreas que, aparentemente, no deberían estar involucradas. Inseguridad, depresión, autodesvalorización, dudas sobre el afecto de quienes los rodean, impotencia sexual -entre otros- son algunos de los síntomas que a menudo surgen en los hombres cuando tienen dificultades con el dinero. No sólo se resienten las actividades genuinamente conectadas con él como la toma de decisiones, la asunción de responsabilidades, la dirección de otros, la imposición de criterios propios, el control sobre los demás , etc…Muchos otros aspectos de la persona terminan siendo involucrados. Su autoestima disminuida (“sin dinero no valgo nada”), su sexualidad afectada( episodios de impotencia) y su identidad sexual cuestionada (“¿ seré todo un hombre o sólo un arco sin flecha o un lobo sin dientes?”, como el refrán).
La otra situación llamativa es que muchos hombres insisten en que el dinero es un medio para obtener otros fines. Supuestamente con el dinero “harían” lo que ahora no pueden por no tenerlo. Sin embargo, todas esas actividades imaginadas y ansiadas “Hacen cola” para cuando exista ese medio que las posibilite. Y muy a menudo en pos de ese medio se les consume la vida, habiendo dejado correr el tiempo como agua entre los dedos.
La carrera del dinero- que inevitablemente se alimenta de tiempo- los enfrenta, en un recodo del camino, con una paradoja: deseaban dinero para disponer de tiempo y lo que consiguieron fue gastar el tiempo para acopiar dinero.
Una y otra situación están relacionadas con la acumulación de dinero, y, consecuentemente, con su contrapartida: la carencia, la incapacidad para lograrlo y/o la dificultad para manejarlo.
El acopio de dinero suele ser vivido por el varón como un objeto ineludible. Como una meta inclaudicable que pareciera satisfacer algo más que la ambición de poder.
Uno de los problemas es que quedan encerrados en una exigencia y una trampa. La exigencia de mostrar siempre una potencia inagotable, potencia que se mide en cantidad. La exigencia de ser Superman. Y, como Superman, siempre listos, sin las molestas debilidades humanas y con el éxito garantizado.
La trampa es que basan su autoestima en una imagen omnipotente que, en este caso, se sustenta en el acopio de dinero. De esta manera los hombres quedan a merced de las vicisitudes económicas, y su autoestima adherida al deslumbrante y frágil poderío del dinero.
Y así como las mujeres padecen de dependencia, los hombres padecen de no poder sentir y expresar sus fragilidades.
3.5 El dinero, ¿un indicador de masculinidad?:
Son muchas las evidencias en que se pone de manifiesto que la potencia económica puede ser utilizada como reemplazo- o como “refuerzo”- de la potencia sexual.
La publicidad no se cansa de mostrar que un hombre se vuelve “irresistible” cuando posee bienes materiales (coches, castillos, barcos, etc.), sobre todo si está dejando de ser joven.
En estos casos, la potencia económica es sólo un “refuerzo” del atractivo sexual.
Esta misma publicidad llega aun a reemplazar ostensiblemente uno por otra. El ejemplo más caricaturesco es el del hombre viejo que, cuando gana la lotería, se siente en condiciones de aspirar, y supuestamente satisfacer, a mujeres jóvenes. Estas son reminiscencias sofisticadas de la antigua y eterna prostitución en donde el varón, que es quien genera la demanda, cuenta con los medios económicos para hacerla efectiva.
Además – y dejando de lado la ficción publicitaria- si atendemos a los comentarios de gran parte de los hombres que nos rodean, vamos a oír lo que habitualmente no escuchamos (a veces porque no queremos y otras porque está “entrelíneas”). Algunos hombres expresan: “Espero hacer dinero antes de que se me caiga el pelo, porque si no ¿cómo haré para seducir a una mujer?” O también: “me está creciendo la panza, me convendría comprar un coche nuevo…e importante”.
Son muchos los factores que confluyen para determinar la sustitución de la potencia sexual por la económica. Entre ello no podemos omitir que en una sociedad con ideología patriarcal, el hombre tiene asignado el rol de mantener a la mujer y ésta de ser mantenida por el hombre. Dentro de esta ideología, el ideal de hombre para una mujer será aquel que mejor la mantenga, o sea quien de más dinero disponga. Y esta acumulación que le permite al hombre “ser un buen partido” le confiere también el privilegio de buscar mujeres o mantenerlas en función de su dinero. Aquí el dinero posibilita- sin lugar a dudas- un mayor acceso a las mujeres y, por ende , a la sexualidad. Dentro de esta ideología resulta ser cierto que tiene más acceso a la sexualidad aquel que más dispone ( independientemente de las satisfacciones que sea capaz de lograr con ella).
El dinero, representante material de la riqueza ( ya que encarna la posibilidad de todos los placeres y todas las mercaderías posibles) es particularmente útil para sustituir la potencia sexual que , con los años , va mermando en cantidad.
La cantidad pareciera ser un punto clave que tiene muchas ramificaciones. Podemos encontrar la incidencia de la “cantidad” en el sistema económico capitalista, en la ideología patriarcal y en la teoría psicoanalítica.
En la cantidad de dinero se genera el poder económico. Es por ello que el incremento del dinero satisface la ambición y favorece el ejercicio del poder. Contrariamente, su disminución coloca a la persona en situación de inermidad. En el sistema económico capitalista la cantidad es el eje que divide a los poderosos de los necesitados, a los potentes de los impotentes.
La valoración de cantidad en el funcionamiento sexual proviene de por lo menos dos vertientes. Por un lado la ideología patriarcal contribuye a convalidar la idea de cantidad como algo importante. Es una ideología que opone la superioridad masculina a la inferioridad femenina. Esa superioridad la fundamenta en sostener que el varón es más que la mujer: más fuerte, más elevado, más noble, más inteligente, más sabio, más honesto, más puro, etc. Insiste en las bases “biológicas” de estas diferencias y defiende esta postura contradiciendo incluso las evidencias científicas. Por lo tanto, siendo el hombre “más “en todo, debe serlo también sexualmente. Los varones que adhieren a esta ideología patriarcal y se sienten “más” tienen que estar demostrándolo permanentemente. Si no lo hacen corren el riesgo de ser vistos como “poco hombres” por ser menos pudientes. En consecuencia, es de esperar que estos hombres vivan las disminuciones en la cantidad de la potencia sexual como un indicio de algo gravísimo: la de estar perdiendo masculinidad.
Desde esta perspectiva, la cantidad se vuelve muy importante ya que se convierte en el patrón de medida de la virilidad. El número de erecciones pasa a ser una especie de medidor de masculinidad. Algo así como un “masculinómetro”. En consecuencia será más hombre (“más macho”) aquel que más erecciones logre adjudicarse.
La valoración de la cantidad se convierte para los hombres-entre otras cosas- en un callejón sin salida que los lleva a apelar a la cantidad económica cuando la sexual se resiente.
Sintetizando, así como para las mujeres la maternidad se convierte en una “garantía” de femineidad (si es “buena” madre, es mujer y femenina) para los hombres la potencia sexual- entendida como cantidad- se convierte también en garantía de masculinidad.
Tanto los sistemas económicos que jerarquizan la acumulación como la ideología patriarcal que refuerza la idea de la superioridad en el hecho de “tener más”, pueden desarrollarse porque encuentran puntos de apoyo en ciertos aspectos de funcionamiento psíquico.
Coria se refiere concretamente a las vivencias de pérdida- y todas aquellas sensaciones o experiencias de vacío, falta, ausencia, desprendimiento, etc.- que de una u otra manera evocan una pérdida.
Estas vivencias arcaicas- que en psicoanálisis se conocen como protofantasías o fantasías originarias- generan profundas angustias. Una de ellas, que es la que vamos a relacionar con la problemática de la “cantidad” en relación al dinero, es la angustia de castración generada por estas fantasías originarias.
Desde esta perspectiva estaríamos planteando que la “cantidad”, que evoca abundancia, alimentaría la ilusión de aplacar estas vivencias terroríficas asociadas a la carencia.
Estas fantasías terroríficas, derivadas de las fantasías de castración, están presentes en todos los seres humanos, hombres y mujeres. Pero en los hombres, a diferencia de las mujeres, aparecen íntimamente relacionadas con la potencia sexual.
Y en este sentido, la ausencia de dinero evoca muy especialmente ansiedades persecutorias derivadas de dichas fantasías. Estas ansiedades se expresan- entre otras- bajo la forma de un fantasma: el fantasma de la impotencia.
Lic. Dolores Rueda