Un modo particular de pareja intersintomática es el que se despliega bajo el modo de la celotipia. El goce que ata a sus miembros es notable. Uno vive persiguiendo al Otro, obsesionado por la presencia de un tercero, cuya necesaria funcionalidad reside en que satisface inconscientemente el deseo homosexual de cada uno, sin delatarlo manifiestamente. Deleuze escribe al respecto:»Subjetivamente, los celos son más profundos que el amor, contienen su verdad».
En estos casos, los celos son condición erótica, tal como lo plantea Freud, y se ama porque se sienten celos y no a la inversa. En la concreción del engaño o la infidelidad el tercero es «elegido» de modo tal que se trata de alguien que se sitúa en el orden del deseo del paternaire. Generalmente se engaña con alguien que podría ser deseado por el engañado, dado que sólo así se puede cerrar el triángulo, al configurarse una circularidad de deseos en la cual uno apetece al Otro del Otro.
En esta dirección, una mujer relata a su analista que su amante es el tipo de hombre que su cónyuge hubiera elegido desde sus fantasías femeninas reprimidas. Ella, luego de una larga convivencia, sabía sobre la verdad del deseo de su marido, e identificada con ese aspecto reprimido, sostenía una relación oculta con la cual excitaba el deseo de su esposo. Es decir, cuando recomenzaba algún vínculo de infidelidad, comprobaba que la relación conyugal atravesaba por su mejor momento.
A través de los frecuentes triángulos se canalizan las fuertes tendencias homosexuales reprimidas, a la vez: de que el hombre busca lo que hay de hombre en la mujer, y la mujer, lo que hay de mujer en el hombre . Deleuze describe así el goce que preside toda relación celotípica, dado que en ella se persigue el núcleo opaco del «otro» sexo que se disimula detrás del semblante exagerado del sexo manifiesto del paternaire.
La delectación sensual con la que el celoso investiga se debe a que lo que busca confirmar es sencillamente el goce de su mujer, con la que se halla identificado, con relación a un tercero homosexualmente deseado. Las frecuentes indagaciones por las características físicas y/o conductas eróticas del Otro dan cuenta de lo dicho. El celoso se ubica como un niño excitado frente a la reiteración de una escena primaria que lo excluye una vez más, no debiéndose olvidar que si bien cela a la mujer, lo más profundamente reprimido son los celos homosexuales, dado que ella recibe el pene, que el desea y que le está vedado. Siempre es el anhelo de sostenerse en la deseada pero temida posición pasivo homosexual con relación al padre, el motor de la fuerte hostilidad inconsciente hacia la mujer » gozadora».
En la mujer celosa, la envidia femenina se centra en el ataque al goce fálico del hombre. Sólo el hombre posee el instrumento privilegiado, el que le permite acceder al placer con otras mujeres, las que devienen en las destinatarias inconscientes de fuertes fantasás lésbicas. La presencia de una temida a la vez que esperada rival, se asienta en la expectativa del goce que el hombre, con el cual se halla identificada, le procurará a aquella. La satisfacción, vedada en forma directa para sí, se obtiene, pues, por procuración, gracias a la intermediación del hombre. Por eso las histéricas viven generando situaciones celotípicas, precisamente con las mujeres que ellas desean, y a las que luego de una escena celosa, las constituyen recién entonces como objeto erótico para el hombre.
La detección anticipada de una posible rival por parte d ela mujer, hace que el hombre recién entonces comience a desearla, de modo tal que el deseo siempre aparece en su génesis como deseo del Otro. Es la originaria mirada deseante de ella, la que constituye a la Otra como objeto de deseo de él, cerrándose de este modo el triángulo configurado por dos mujeres que se desean a través de un hombre.(Extrañas Parejas, de José Milmaniene).
Lic. Dolores Rueda